Trayectoria personal
Me veo a mí misma como una persona sensible, cercana, honesta y empática.
Nací en Madrid pero me gusta decir que mis raíces son celtas, puede que por eso me guste tanto el mar cantábrico, el olor de hierba mojada y los días nublados en verano.
Soy de una generación melancólica de los 80 y mis recuerdos de la infancia más alegres son aquellos en los que me veo jugando en la calle con la sensación de libertad, pasando los veranos en Asturias con mi familia al completo.
Como adulta, mis mejores momentos son aquéllos en los que he alcanzado hitos como acabar la carrera, el primer trabajo y vida independiente; otros en los que aparece la naturaleza en bruto como un viaje que realicé a Islandia… Los recuerdos más profundos son los tienen que ver con momentos compartidos con familia y amigos. Pero sin duda, quien marca un antes y un después en mi vida es la llegada de Noa, mi hija.
La maternidad es otra dimensión, muy difícil de entender antes de vivirla y, de explicar, una vez que se experimenta la conexión con un ser diminuto que lo llena todo. Cada día es un aprendizaje y, a veces, un abismo -porque lo que sí es una realidad es que criar a un niño no es cosa fácil-. Yo me quedo con la frase del pediatra y psiquiatra Donald Winnicott para educar a mi hija y acompañar a los padres en su crianza: “Es importante que la madre sea solo suficientemente buena”.
También me siento muy conectada con las personas que acuden a mi consulta de psicología, especialmente con los niños.
Ellos son la esencia de la vida, y por eso para mi es tan importante que los adultos recuerden la importancia de la infancia, la necesidad de protegerla, y de recordar a aquel niño o niña que fueron, desde una mirada de amor, para resolver los asuntos pendientes de su biografía.